viernes, 10 de octubre de 2008

III

Padre

Enséñame a no soñar

que vuelvo después de la neblina

a reconocer tus cadáveres



lo que no has querido levantar del suelo

enséñame a olvidarlo, padre

para que no sea preciso regresar a casa

la llovizna

el agua que se va llorando suciedad a un lugar lejano

el guanábano

los volcanes que dijeron estar esperando su caída


Padre mío, detrás de la ventana

hoy tu cara me miró con la severidad del justo

y no supe esconder mi rosto porque pensé

estás durmiendo, mujer, despierta de nuevo en Irrarázaval.

Y la cara del Dios me señaló con las pupilas

estás durmiendo, niña, despierta en la hamaca

vete dando vueltas en la pared embarrada de pies y manos

Y tu rostro, padre mío

desde mi ventana, segundo piso, tres de la mañana

dejó de preguntarme por mi ropa limpia

por la comida que se tiró a la basura

por las mariposas que incendiaron la noche

dejó de preguntarme

y se hizo el silencio como la culpa

Padre mío

estoy esperando que abras la ventana

de una puta vez

enséñame a ser desolador, como tú

a devastar ciudades como lo hiciste a la caída de la noche

Santiago de Chile, rodeada por tu fantasma

enséñame a no ver cuando tú pasas

a inclinar el cuerpo como lo haces tu frente al infinito

porque sólo tú

lo sabes

sólo tu traes la muerte

y morir es darse cuenta

que estamos rodeados de dios

y somos dios

mientras dios

vomita su sangre

en nuestras venas.

viernes, 26 de septiembre de 2008

Monedas

He vuelto a sacar esa moneda del cajón. La sostuve un rato entre los dedos, en la palma de la mano, en la cabecera de mi cama. Y me pareció por un momento que su redondez se burlaba, jugando a ser perfecta, se burlaba, digo, se burla de mí. Yo la espío a ratos y luego me sumerjo entre las sábanas, pero su brillo, su pesadez de moneda, cierta dignidad en su cara o cruz, me están atormentando. Voy a pensar sólo una vez más en ella. Pensar un poco. La nada misma.
Creo que todo comenzó cuando perdí la Moleskine. No es que lo lamente. Sabía que ya era tiempo de que la libreta se fuera a la chingada. Había escrito cosas, y luego no podía hacerme cargo de ellas. La libreta, las fotos, el recorte de periódico, todo eso, a la chingada. Quizá pueda recuperarla, en la avenida Providencia, frente al puticlub de luces violetas. Quizá si voy mañana la encuentre en ese puesto de comida rápida donde la dejé abandonada casi conscientemente. Quizá podría todavía ir.


Un acento de más, un acento más y me explotará la cabeza.


Conchaetumadre.


La moneda dice En dios confiamos. Me topé de nuevo con ella buscando la Moleskine y no he podido dejar de mirarla. La guardaré en el cajón más tarde. La moneda es plateada y tiene grabado en un lado un triángulo con rayos del sol saliendo alrededor. Una mandorla, líneas, todo muy discreto.
En el otro lado dice En dios confiamos. No en inglés, sino en español. La moneda no es un dollar pero confía en dios. Es la esperanza que se fue a la mierda. La moneda no lo sabe, yo me burlo, pero me burlo a través de ella. La moneda es cínica. Es una farsa, un espectáculo que se exhibe todos los días en un país lejano. Ninguno de ellos me concierne. La moneda, digo, y el país. El espectáculo sí que me concierne, porque entré a formar parte cuando esta moneda cayó en mis manos.

Con esta moneda no me pagaron nada, ni me devolvieron el cambio de algo que yo pagué. Esta moneda me la regaló un oficial de la frontera de Nicaragua. Felipe, se llamaba, no recuerdo el apellido. Como todas esas cosas que olvidaré, lo tenía apuntado en mi Moleskine. Felipe estaba cansado, me acuerdo, había trabajado doce horas seguidas en la frontera, haciendo trámites, revisando el equipaje y sellando pasaportes. Platicamos para que no se durmiera antes de llegar a casa. Felipe vivía en un pueblo cercano del que también he olvidado el nombre. Recuerdo que su rostro estaba cundido de cicatrices de viruela, y que junto a sus ojos empezaban a formarse muchas arrugas, como las ramas de un árbol que florece.
Felipe me contaba que el día anterior la policía nicaragüense había detenido a los ladrones que robaron hacía ya una semana la espada de Rubén Darío.
Todavía lo recuerdo como una mala broma. La espada de Rubén Darío, en una Nicaragua urgida por un pedazo de estaño o cobre para vender como chatarra, coladeras, sartenes, manijas oxidadas, cualquier cosa. Una chatarra histórica. La poesía. El modernismo, todo eso, no te da para comer. El estaño sí, la espada sí, Rubén Darío vale cualquier cosa. Pero Felipe lo contaba con toda seriedad, no era una broma. Los ladrones recibieron a cambio de la espada alrededor de dos o tres dólares. Se lo gastaron en más cerveza, o en ron, según dijo el detenido, ya ni siquiera se acordaba. Felipe se río un poco, y luego señaló algo a través de la ventana.
Era su pueblo, junto a un volcán. He olvidado el nombre, ya lo dije antes. Felipe no tenía nada para darme, tampoco necesitaba darme algo. Sin embargo hundió la mano en el bolsillo esperando encontrar cualquier cosa que me hiciera recordarlo, ahora lo sé. Y me dio un córdoba. Este córdoba que luce todavía brillante en mi velador. No puedo apartarlo de mi mente. Felipe estaba flaco y nunca había cruzado la frontera. Todos sus viajes se reducían a atravesar en bus el camino de su casa a la caseta de migración en la frontera con Nicaragua. Algún día, me dijo, dejaría su pueblo y viajaría a México, a intentar lo que todos, a pasar por estas fronteras de mierda una vez más y llegar al norte, en donde, no por casualidad, confían en dios.
Pero su moneda sigue confiando en dios, mientras Felipe espera que las letras se borren, y aunque ya no En dios confiamos, si In god we trust. Verdad es que en esa otra moneda las mismas palabras se vuelven más cínicas y burlonas. La pobreza, en dios confiamos, y la guerra in god we trust. Felipe acaricia su sueño, sin saberlo casi, mientras la moneda cae en mi mano, y el camión se detiene lentamente , ya llegamos, Felipe, dice un compañero, ya llegamos a casa.

domingo, 21 de septiembre de 2008

Extrañar, extrañeza, extrañamiento

Aquí, hermano, aquí sobre la tierra
el alma se me llena de banderas

El internet ha cambiado la nostalgia. Esa es mi primera frase. Todos estos miles de pixeles y no puedo oler tu aroma a café, esa es la segunda.
La cuarta frase es: te extraño. La tercera está en blanco, para que sólo tú puedas leerla. La décima frase es que el alma se me llena de banderas, y es también la frase que antecede todo.
Mis banderas en lo alto de cordilleras imaginadas, mi patria única, el mar, la mar, la selva y los humedales, allá lloviendo. La sonrisa de Joaquín, el humor de Vzqz, la virtualidad de Petri, los insectos de la facu y la comida de mi madre, una noche cualquiera.
Sin embargo, ya lo decía, esta virtualidad nos hace pedazos a todos, nos vuelve mitos más entrañables, más reales y mas caleidoscopiados que en aquellos días cuando el sudor impedía darnos un abrazo problongado. La virtualidad, coño, paciencia, para qué extrañar a quien se conecta en el msn cada cierto tiempo?
Es extraño y sin embargo
En San Cristobal de las Casas me conecté a internet
en Tapachula me conecté a internet
en Panamá me conecté a internet
en Santiago de Chile me conecté a internet
en Osorno me conecté a internet
en Valdivia me conecté a internet
si voy a Punta Arenas me conectaré a internet...
Y así la nostalgia se vuelve un tetris en donde los recuerdos se acomodan a conveniencia en un bonito tapiz de belleza y felicidad. Tengo una extrañeza ante todos mis recuerdos, ampliados y remasterizados, una extrañeza que los saca de mi: ya no me pertenecen, están a disposición del espectador, él es quien espera, quien los acaba creando, él es quien realmente recuerda mis recuerdos. Yo los apunto para ti, todo lo que vivo lo hago pensando en ti, en cómo contarte las cosas, al oído, y soy la narradora más sincera, sólo por ti que estás lejos y esperas mis cartas, o mis llamadas, o mis mensajes o esperas verme alguna vez en el msn, o esperas mi regreso. Espero que me esperes, eso sí. Ante todo espero que esta nostalgia la compartas tu , porque sólo así podré decir que existo. Eres más que mi espejo: eres mi pluma. Un día las reuniré todas e intentaré volar, y me estrellaré en el pavimento sin ninguna gracia. Pero será gracias a ti.

Cada momento
el corazón
ay ay ay se va escapando
buscándote con fervor

Así que vivimos el doble por esta puta nostalgia. Vivimos ateridos de frío en Santiago cuando todos dicen que hay calor, que la primavera va llegando, va llegando por la ventana.
Vivimos ateridos de frío en el paseo Ahumada, a la una de la mañana, cuando almacenes paris y Mc Dolnalds cerraron sus puertas de encantamiento y nos dejaron a todos a morirnos de hambre. Y yo camino.
Vivimos bajo pájaros de plástico y hojas marchitas, cuando todo el mundo va al trabajo con la mano embolsillada, buscando una llave.
Vivimos o intentamos vivir, ya no se del puro estar pensando en eso, y mientras tanto bebemos vino barato y vino caro y nos sabe a lo mismo.
No hay poesìa en esta forma de vida
no hay nostalgia
hay, eso sì, mucha música, en todos lados, derramándose, y de todo tipo, evaporándose.
Hay smog y metros abarrotados
hasta su pinche madre.
No hay abrazos
No hay despedidas, ni besos largos.
Mientras tanto hablo contigo en la madrugada, maldita sea. Cuando todos se reproducen en el facebook.
Y todos son tan felices allá. Y todos son tan bonitos, multiplicàndose en esta dictadura de la felicidad.
Las fotografías...
es ahì donde mi redacción comienza a cortarse
en estas extrañas frases cortas
aquí queda Majo, atrapada en esta red de viuda negra.
Aquí, donde se supone que la gente camina al revés, porque los gringos son los ùnicos que caminan del lado correcto, es decir, con los pies pa abajo del globo terraqueo
Aqui donde los araucanos, donde los pingüinos y donde la cordillera.
Aquì te sigo inventando para que tu entres por la ventana algún dìa.
Aquí, en el sur del puto mundo, yo me extraño.


domingo, 14 de septiembre de 2008

Irarrázaval

Hace un par de horas que dejaron de pasar los autos por la avenida Irarrazaval. Y sin embargo los semáforos continúan su danza roja y luego verde, parejas perfectas en la pista nocturna. Roja, verde, transeúnte en verde: tráfico en rojo y viceversa, carril izquierdo verde, derecho rojo: transeúnte rojo. Dos minutos y luego cambian, rojo al verde, peatón a tráfico , de aquí y allá. Bailan al compás del ruido nocturno, las maquinarias de la construcción dando reversa, lanzando pitidos de vez en cuando, perros vagabundos, las hojas de los árboles cayendo. Suena una sirena, ¿una ambulancia, tal vez? ¿Un policía?
los semáforos siguen bailando y de pronto se cruza una motocicleta. Se quedó esperando que el semáforo esté en verde. Pero ¿por qué? ningún peaton va a cruzar la calle, no hay ningún auto ni ahí ni aquí. son las cuatro de la mañana, hace frío. El motociclista espera. Yo espero, suspiro en la noche fría y mi aliento se vuelve un vaho que tiene forma y que se escapa volando hacia otra parte. El motociclista se ha quedado mirando el suelo. Un vaho escapa de su rostro pero no es su aliento el que se va volando. El humo del cigarro toma más tiempo en disolverse. El motociclista fuma, solo en esta calle, y no se mueve, aunque el semáforo hace mucho tiempo que está en verde. No girará la cara hacia mí. No mirará hacia arriba, hacia esta terraza que lo está mirando.No sabré su nombre ni él sabrá el mío, no lo extrañaré cuando se vaya. El motociclista tiene guantes de cuero pero están templando sus manos. No es de frío, supongo. O tal vez sí. Tal vez sólo tiene frío y fuma. El motociclista tiene un abrigo gris. La taza donde bebo el té es gris. El árbol que da al balcón tiene hojas grises. El motociclista es triste. No tiene casco. Su cabello debe estar helado. ¿vuelve a casa? ¿está trabajando?desde donde estoy alcanzo a verle un poco la cara, desfigurada por la perspectiva. la punta del cigarro se está apagando. El motociclista alza la mirada. Nos vemos. Sus ojos se entornan para ver mejor. Yo soy la que voltea hacia otra parte. El motociclista arranca y se va, muy rápido. El semáforo está en rojo.
Me he quedado extrañándolo por un rato. Luego vuelvo a la cama y desaparezco entre las colchas. Es triste, pero afuera los semáforos siguen bailando aunque nadie los observe.